EL BEBÉ ES UN MAMÍFERO

EL BEBÉ ES UN MAMÍFERO

Editorial:
OB STARE
Año de edición:
ISBN:
978-84-944931-6-4
Páginas:
188
Encuadernación:
Rústica
17,00 €
IVA incluido
Disponible en 1 semana
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Esta nueva edición de «El Bebé es un Mamífero» representa una oportunidad para analizar la historia reciente del nacimiento. En otras palabras, una oportunidad para echar la vista atrás. Y debe ser así porque miramos al futuro. Esta reedición aparece ahora que no podemos dar un paso más allá sin asimilar la enorme cantidad de datos científicos acumulados durante los últimos veinte años. En primer lugar, debemos preguntarnos cómo, a cierto nivel cultural, podemos alcanzar una nueva consciencia; es por ello que me parece urgente intentar anticipar la historia del nacimiento y, así, entrar en el reino de la ficción.
Nos encontramos en la Tierra de la Utopía.
Hoy, en enero de 2031, estamos en disposición de presentar valiosas estadísticas relativas a un proceso de transición que comenzó alrededor de 2024. Son datos impresionantes. Los índices de mortalidad perinatal son igual de bajos en todos los países con un nivel de vida similar. Los índices de traslados a unidades pediátricas se han reducido de manera asombrosa. No ha habido ni un solo caso de parto con forceps durante cuatro años. Desde que la prioridad ha sido evitar los partos vaginales largos y complicados, la utilización de ventosas y medicación es muy rara. Y lo más importante: el índice de cesáreas es tres veces menor que antes del período de transición. El índice de lactancia materna a los seis meses está por encima del 90%, y un psiquiatra infantil ha confirmado que el autismo es menos habitual que antes. Ahora, el Hombre Sabio de la Tierra de la Utopía sí podría asegurar que en la Tierra de la Utopía, la mayoría de las mujeres dan a luz a sus bebés y alumbran sus placentas gracias a la liberación de un «cóctel de hormonas del amor».
Únicamente la Utopía puede salvar a la Humanidad.
Capítulo 1: Raíces profundas

He recibido, Señor, vuestro nuevo libro contra el género humano... Nadie puso jamás tanto empeño en tratarnos como bestias; leyendo vuestra obra, creedme, le vienen a uno ganas de ponerse a andar a cuatro patas (Voltaire, carta a Rousseau, 30 de agosto de 1755. «Respuesta al Discurso sobre la desigualdad).

Cien años antes de Darwin, Jean-Jacques Rousseau se atrevió a catalogar a la especie humana como una más dentro del reino animal. Voltaire y los intelectuales franceses se mostraron condescendientes frente a la incapacidad de Rousseau para comprender sus ideas.
Más de cien años después de Darwin, Voltaire sigue vivo. Me lo encuentro en cada una de mis esporádicas y breves visitas a Francia, puesto que desde 1985 estoy casi siempre fuera del país. En Londres he ido adquiriendo una experiencia de nacimientos en casa que ha sido tan necesaria como fructífera. ¿Cómo hubiera podido comprender hasta qué punto influye el ambiente en el parto y en el primer contacto entre la madre y el bebé si no hubiera cambiado de escenario e incluso de lengua y cultura? Necesitaba completar lo que había aprendido en los hospitales franceses para llegar a ser consciente del auténtico potencial de la mujer que da a luz y poder discernir lo fundamental, lo universal, de lo que en realidad depende de las costumbres de cada lugar.
Ahora puedo resumir veinticinco años de investigación de este modo: «Me he dado cuenta de que los seres humanos somos mamíferos. Todos los mamíferos se esconden o se aíslan para dar a luz. Necesitan intimidad. A los humanos les sucede lo mismo. Hay que tener constantemente presente esta necesidad de intimidad».
En los países de habla inglesa, esta premisa se acepta sin problemas, incluso se considera de sentido común. En cambio, en Francia, la misma idea, aun expresada con cautela, provoca inmediatamente protestas llenas de consternación voltairiana: «...no somos ratones..., ...el habla nos diferencia..., ...tenemos la capacidad de utilizar símbolos..., ...creamos cultura..., tenemos conciencia de nuestra condición de criaturas mortales...».
«Humans are mammals...» ¡Qué disparate!
«Los seres humanos somos mamíferos...» ¡Vaya provocación!
Muchos intelectuales franceses tienden a querer aprehender el fenómeno humano partiendo de lo que nos distingue del resto del mundo animal sin tener en cuenta nuestras raíces más profundas. Si no fuéramos tan arrogantes, seríamos capaces de tomar conciencia con más rapidez y facilidad. No olvidemos la elocuente lección de humildad que nos dio hace dos mil años Aquél que decidió nacer en un establo.
Puesto que la ecología nos enseña que todas las formas de vida son interdependientes, y dado que el siglo xx se caracteriza por la toma de conciencia ecológica, es imperativo dejar de lado las reminiscencias voltairianas.
«Voltaire: un mundo que termina. Rousseau: un mundo que comienza». Esta profecía de Goethe cobra todo su significado cuando nos cuestionamos el nacimiento del ser humano. Es precisamente aquí donde no sólo es necesario sino urgente redescubrir nuestras raíces animales. ¿Acaso el parto no es lo propio de los mamíferos? Existe desde que, hace millones de años, un pequeño animal se desarrolló en el vientre de su madre antes de llegar al mundo.
Para dar a luz a sus bebés mediante el proceso del parto, las hembras de los mamíferos tienen que segregar determinadas hormonas, las mismas que intervienen en el parto de un ser humano; las segregan las estructuras más primitivas del cerebro, comunes a todos los mamíferos. Son estas semejanzas, pues, las que deberían constituir el punto de partida para intentar comprender el proceso del parto en nuestra especie.
Y en cambio, no es así. Por ello han tenido tanta aceptación algunas posturas que demuestran una total incomprensión de los procesos fisiológicos. Los franceses son los responsables de los errores más importantes. Lamaze, por ejemplo, obstetra francés, padre de la psicoprofilaxis occidental, decía y escribía que una mujer tiene que aprender a dar a luz del mismo modo que aprende a hablar, a leer o a nadar. Estos planteamientos erróneos que se han ido extendiendo por todo el mundo nos han llevado finalmente a la crisis. Las ideas del obstetra americano Bradley todavía van más lejos: «Imaginad —escribía— que una mujer sepa con nueve meses de antelación que la arrojarán al agua. Es obvio que durante todo este tiempo va a aprender a nadar. La consecuencia de todo ello es que hemos «preparado» a las embarazadas para dar a luz».
Comprender que el parto es un proceso involuntario que pone en juego estructuras arcaicas, primitivas, mamíferas del cerebro nos lleva a rechazar esta idea preconcebida según la cual la mujer puede aprender a dar a luz. No se puede ayudar a un proceso involuntario; sólo se puede procurar no perturbarlo demasiado.
Pero ahora muchas mujeres en todo el mundo ya están intentando cambiar esta actitud «intelectual» tan extendida. En los países de habla inglesa, el cambio más significativo lo han protagonizado las ‘childbirth educators’, las educadoras del nacimiento. Estas mujeres, que no tienen ninguna titulación, después de haber dado a luz a sus propios hijos sienten la n